En estos días en que las noticias sobre sacerdotes que han incurrido en infidelidades aparecen en las primeras planas de los noticiarios, es bueno darse cuenta de que muchos, muchos más son los que entregan su vida por el servicio de la sociedad en el silencio de una existencia vivida con humildad y generosidad, olvidándose de sí mismos para que Cristo tenga vida entre los hombres. Así fue la vida del Canónigo Enrique Toral Moreno, acaecido el pasado 25 de diciembre a sus 90 años, cuando terminaba de confesar, y tras una vida de entrega generosa al servicio de los hombres.
En el seno de una Iglesia doméstica
Sin duda que los grandes cristianos se forman en lo que el Papa Juan Pablo II llama las «Iglesias domésticas»: las familias. Nacido en Guadalajara el 1 de septiembre de 1912, Enrique Toral Moreno fue el número trece de una familia de catorce hermanos. De su familia aprendería el amor a su fe, a la fe católica por la que su familia luchó en tiempos de Persecución, aun a costa de sus propias vidas. De ahí nació su vocación al Sacerdocio, a los 12 años de edad, cuando por influencias de su hermano José Toral decidió ingresar al Seminario, de donde posteriormente, en 1925, con sólo trece años de edad, fue enviado a Roma, la Ciudad Eterna, durante 14 años junto con otros compañeros.
Su permanencia en la «Capital mundial del catolicismo» le dio una amplia visión de Iglesia. Él mismo testimonió que uno de los momentos más importantes de su estancia en Roma fue cuando se acercó al Papa Pío XII para entregarle un trabajo de su hermano José, en el que ofrecía algunas reflexiones sobre la fecha en que murió Jesucristo. Después de haberse especializado en Sagradas Escrituras y haber recibido el Orden Sacerdotal en octubre de 1934, regresó a su diócesis para ofrendar generosamente todo lo que había recibido.
Formador de Generaciones
A su regreso de Roma, sus conocimientos lo ligaron como formador del Seminario Diocesano de Guadalajara por más de 40 años; 42 para ser exactos. Fue maestro de Sagradas Escrituras, Latín, Griego, Liturgia, entre otras muchas materias del currículum académico de esa institución. En su paso por el Seminario fue también Prefecto de Estudios, cargo en el que se distinguió por el reordenamiento de las materias en teología y filosofía. Sus alumnos le recuerdan como un hombre de ideas claras, de amor y filiación profunda al Magisterio de la Iglesia, de respeto a sus superiores, recio y recto a la hora de corregir, alegre y bromista cuando había que convivir. Entre otros cargos, el Padre Enrique Toral fue Primer Ceremoniero de la Iglesia Catedral, Juez en el Tribunal de Justicia, Canónigo de la Catedral de Guadalajara, Consultor del Secretariado para la Defensa de la Fe, representante del Venerable Cabildo ante el Consejo Presbiteral, Vice-oficial del Tribunal Regional de Occidente y sus últimos años estuvo adscrito a la Parroquia de San Felipe de Jesús donde colaboraba como él decía, con «cositas que todavía puedo hacer».
«Una reliquia, para la Iglesia de Guadalajara»
Una de las personas cercanas al Padre Enrique Toral fue el señor Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara. Como formador del purpurado, como compañero y consejero, el Padre Toral está presente en su memoria. «El Padre Toralito era una reliquia de la Iglesia de Guadalajara; casi llegó a los 70 años de ordenado comentó el Arzobispo de Guadalajara a Semanario era un hombre de grandes conocimientos, gracias a su permanencia en Roma donde estuvo desde jovencito y donde realizó todos los estudios habidos y por haber. Y desquitó lo que aprendió: fue formador del Seminario. Canónigo, Ceremoniero de la Iglesia Catedral en tiempos del señor Cardenal Garibi Rivera; pero lo que distingue al Padre Toralito fue su sabiduría, era un pozo de ciencia; cualquier cosa que uno le preguntara, sobre cualquier tema, tenía siempre un respuesta».
Para el Cardenal Sandoval, la vida generosa de sacerdotes como el Padre Enrique significa una gran aportación para la vida diocesana: «Él aportó a la vida diocesana su magisterio profundo, su ministerio prolongado y sobre todo, su ejemplo sacerdotal; un hombre de una vida íntegra, un sacerdote, pienso yo, santo».
Un buen compañero, un gran amigo
Desde 1979 fecha en la que fue adscrito a la Parroquia de San Felipe de Jesús, el Padre Florencio Villaseñor convivió con su amigo el Padre «Toralito» hasta el año 2000. Al principio sólo como compañeros, después, como amigos, viviendo en la misma casa, compartiendo el alimento y la oración. «Del Padre Toralito tengo muchos y gratos recuerdos comenta yo que viví con él puedo decir primero que era un modelo de oración, de trabajo y de servicio, una persona dedicada que terminó sus días trabajando, confesando».
Un impresión común que atestiguan quienes lo conocieron y lo trataron era su inteligencia: «Era una enciclopedia, sabía dar una respuesta a lo que le preguntaras; era un hombre que siempre estaba actualizado: traductor de libros del latín al español, del italiano al español y censor de varias obras». Pero sobre todas las cosas que se puedan decir, sobresale el que Don Enrique Toral Moreno siendo un hombre de seria apariencia y de imponente vejez, sabía ser un buen amigo: «Aparte de ser un buen amigo y muy alegre, a sus ochenta años le dio por estudiar computación, por conocimiento y entretenimiento, afirmaba él, y cuando llegaba el tiempo de exámenes se preocupaba mucho, por lo que se pasaba horas estudiando, y de broma me decía: no tienes una manzanita para llevarle a la maestra»
Por último, el Padre Florencio añade que de lo mucho que pudo aprender de esa vida entregada fue la «dedicación, la fidelidad y la obediencia en todo sentido».
El amigo permanece
Seis años colaboró el Padre Enrique Toral como corrector de estilo de Semanario, al lado del Licenciado Daniel Gallegos Mayorga, encargado de la edición de nuestro medio: «Su presencia entre nosotros era un regalo de Dios comentó Gallegos Mayorga. Su recuerdo lo sigue siendo. Edificante en muchos sentidos, era verlo llegar a las oficinas de Semanario, semana tras semana, los martes y miércoles desde hace seis años. No podía uno dejar de experimentar reverencia ante su persona. Sentimientos de admiración, respeto y aprecio afloraban espontáneamente como quien está delante de alguien que ha llevado una vida santa, virtuosa».
«He escuchado a mucha gente, incluso jóvenes, quejarse al llegar a las oficinas de Semanario después de subir dos pisos de escalera, sofocados, agobiados, quejumbrosos. Mas para el Canónigo Enrique Toral Moreno, con 90 años a cuestas, subirlas nunca fue problema ni motivo de queja alguna».
«Su paso lento pero firme; su cuerpo encorvado, mas su espíritu en alto; su mirada y serenidad de su rostro, como la de un niño; su humildad a toda prueba; su sabiduría, una fuente para todo aquel que quisiera beberla; su capacidad de trabajo a su edad, un testimonio que habla por sí solo».
«Con gran lucidez colaboraba en este medio de comunicación en la revisión de textos. Hábil latinista y agudo en el manejo del idioma, Sagrada Escritura, Magisterio de la Iglesia y Tradición, el Padre Toralito, como le llamábamos de cariño, deja su recuerdo impreso en las páginas de Semanario y graba con mucha mayor profundidad y trascendencia su recuerdo en el corazón de quienes tuvimos la alegría de conocerlo, tratarlo y considerarlo como un ejemplar compañero de trabajo».
«Él vive ahora plenamente en el gozo de su Señor y aunque no lo tenemos más en un día como hoy, miércoles, acostumbrado día de cierre de edición, lo extrañamos, lo recordamos. Desde la caridad perfecta, él es ahora un eficaz intercesor. Su recuerdo y memoria permanecerán, como permanece el amor.»
«¡Gracias Padre Toralito por el don de su vida!».
In memoriam
Una delicada figura subía puntualmente las escaleras que conducen al tercer piso en donde se encuentra la redacción de Semanario en la calle Jarauta. El Padre Enrique Toral era corrector de estilo de nuestro medio, y cada semana pasaba por el pasillo que le conducía hasta su lugar de trabajo saludando a quien se encontraba a su paso, o haciendo a veces un breve comentario sobre algún suceso de importancia social y religiosa. Poco conocíamos de su vida, pero recordamos su dedicación, su minuciosidad, su ejemplo de entrega, de trabajo. Hoy sabemos que no perdimos un compañero, ganamos un intercesor en el Cielo.